miércoles, 3 de agosto de 2011

"LA ACCIÓN MÁS PEQUEÑA VALE MÁS QUE LA INTENCIÓN MÁS GRANDE"

   Creo haber dicho ya en alguna ocasión, si mal no recuerdo, que los manuales de psicología distinguen cuatro momentos o pasos en el acto voluntario: La concepción o representación del objetivo deseable que pretendemos alcanzar; la deliberación de si es o no razonable y conveniente el acto proyectado, es decir, sopesar los pros y los contras; la decisión o resolución firme y definitiva de ejecutar el proyecto que se desea y estima como razonable y, finalmente, la ejecución del acto proyectado, es decir, pasar a la acción, hacer aquello que decidimos hacer.
   No acaba el cometido de la voluntad con la decisión, ni la ejecución es independiente de la decisión, pero hasta que no pasamos a la acción no hay verdadera voluntad, ya que antes de la ejecución, hasta la decisión más firme puede quedarse en nada. Todos sabemos por experiencia que, a veces, basta que pase algo aparentemente insignificante para que no se ejecute una decisión tomada. Con toda la intención de clarificar bien el tema que nos ocupa he escogido como encabezamiento de este artículo la frase de Elsenberg: "La acción más pequeña vale más que la intención más brande". Sí, nadie pone en duda que las buenas intenciones, deseos y promesas están muy bien, pero son las acciones quienes nos definen, nos hacen progresar, nos realizan; en definitiva, nos condenan o nos salvan.
   Pero, ¿cuál es el motor de toda acción? Sin ninguna duda, el esfuerzo, ese impulso vigoroso y definitivo que hace posible al hombre convertir en realidad sus proyectos, sus decisiones. Esta es la razón por la cual en cualquiera de mis publicaciones, cursos o conferencias sobre formación humana, concedo siempre una especial importancia a la formación de la voluntad constituyente, es decir, a una educación y entrenamiento del ser humano en el esfuerzo, en la capacidad de elegir todo aquello que le conviene, que es necesario y bueno para el desarrollo integral de su personalidad, para el crecimiento interior, aunque no le guste, aunque ello le suponga denodado esfuerzo y sacrificios.
   Y no hay otro camino. Por más que alguien pretenda lograr una gran madurez mental y psíquica por la vía exclusiva de lo agradable y lo placentero, de  lo que pide el cuerpo, en frase de muchos jóvenes de ahora, jamás logrará ser dueño de sí mismo y de sus actos ni estar pertrechado de una voluntad poderosa y a prueba contra todas las dificultades.
   Sabemos que no hay voluntad sin la intervención de motivos y razones, que son de orden intelectual e implican el conocimiento del valor de las cosas o situaciones entre las que elegimos. Pero los motivos y razones, más que empujarnos de forma directa a la acción, más que fuerzas impulsoras, son luces que nos hacen ver más claramente la conveniencia de pasar a la acción. Pero las razones conscientes, los motivos, dependen por completo de esa energía interna del esfuerzo de cada individuo, dueño de sus propios actos, que activa con irrevocable determinación la espoleta del querer y ejecutar, sin más preámbulos, aquello que la razón nos ha propuesto como conveniente o necesario.
   Esa energía de voluntad sólo se transforma en determinación irrevocable, se convierte en acción eficaz si la persona ha desarrollado lo suficiente el músculo del esfuerzo tras haber adquirido el hábito, la habilidad, la destreza, la facultad de pasar a la acción, en todo aquello que es bueno, deseable y positivo, por costoso, difícil e ingrato que parezca.
   A esta energía de voluntad conviene añadir un buen equilibrio psicofísico y mental del individuo. Los hábitos de querer, la aptitud para el esfuerzo y la superación de dificultades y obstáculos presuponen que el sujeto haya logrado un notable equilibrio mental y psíquico, unos niveles suficientes de autocontrol.
   Por lo demás, sólo me resta añadir que para lograr una fuerte voluntad sugiero lo siguiente:
   - Formular el propósito de forma positiva y no emplear expresiones como "lo intentaré", sino, "voy a hacer tal cosa, ahora" y hacerla sin más.
   - Fijarse objetivos y propósitos posibles, y medibles, evaluando en qué medida los hacemos realidad.
   - Tener muy claro que tú eres el único responsable y no culpar a los otros.
   - Ayúdale con ejemplos vivos de fuerte voluntad.
   - Felicítate, prémiate, concédete recompensas tras cada logro, tras cada esfuerzo y acto de voluntad.

(Del psicólogo y psicopedagogo Bernabé Tierno)



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