sábado, 16 de julio de 2011

LA ELEGANCIA:

Elegancia es una palabra que procede del término latino elegans y a su vez deriva de eligere (elegir). Por tanto, si nos atenemos a la etimología del término, se es elegante en la medida en que se es capaz de tener decisión  propia, de seleccionar, de elegir, de mantener un criterio personal, de no dejarse llevar de la opinión de los demás y, en definitiva, de no ser un esclavo de la moda, de lo que nos dicen que es la moda. Vemos, por tanto, que, paradójicamente, se les llama elegantes a los hombres y mujeres que visten con entera sujeción a la moda. ¿Qué es la moda? en definitiva, es algo impuesto por unos profesionales que determinan lo que es más bello, conveniente, adecuado o proporcionado según su propio gusto y criterio. La moda en el vestir, como en todo lo demás, la hacen los modistos y los creadores, que son los que confeccionan las prendas que lucen famosos y personas de alto nivel económico en general. Se exhiben estas prendas en los grandes medios de comunicación y son envidiadas y codiciadas cuando el ciudadano medio ve cómo las lucen en grandes fiestas personas muy conocidas porque son las que siempre aparecen en las portadas de las revistas.
A este tipo de personas elegantes en sentido restringido, que cifran la elegancia en llevar una indumentaria más o menos sofisticada y, sobre todo cara, no me estoy refiriendo en absoluto, y nada tiene que ver con la verdadera elegancia en sentido más filosófico, profundo y que, como es natural, nace del interior, de la mismidad de cada ser humano, de su calidad de ser único e irrepetible, que dirige su propio destino, que construye día a día su vida "desde dentro hacia fuera". Para mí la verdadera elegancia es la exteriorización de la armonía entre el cuerpo y el espíritu, de la paz que produce una fuerte coherencia interna entre lo que se dice, se piensa y se hace.
La elegancia siempre es natural y bella, y así como el arco iris sintetiza en toda su gama de colores un todo armónico de luz, colorido y estética, así también la elegancia tiene sus propios destellos que hacen brillar con luz propia y confieren un carácter inconfundible, ya que la elegancia es gracia, sencillez, buena proporción, nobleza, naturalidad, equilibrio, armonía y buen gusto, pero, más que cualquier otra cosa, distinción.
La distinción, que no la da el dinero, ni el vestir las prendas más caras y de los modistos más conocidos, depende del buen gusto y de tener una personalidad bien definida que permite distinguirse eligiendo en el mercado aquellas prendas que más favorecen y hacen sentirse a uno más a gusto consigo mismo, más natural y cómodo.
Hoy en día, no pocas personas consiguen con muy poco dinero, pero con una marcada personalidad y buen gusto, una presencia mucho más elegante, más airosa, dinámica y natural que otras que, a pesar de gastarse cantidades astronómicas en adquirir prendas carísimas, no sintonizan con su personalidad, por más que le asesore el más afamado de los modistos. ¿Cuál es la razón? Sencillamente, que la distinción nace, crece y se desarrolla en el interior de cada persona, y la elegancia que bebe necesariamente en esa originalidad, en ese gusto personal e intransferible pierde su encanto, su misma esencia cuando a la persona la visten y deciden por ella "desde fuera hacia dentro". Sólo puede hablarse de verdadera elegancia cuando uno se construye, se hace y se viste "desde dentro hacia fuera2. Vestirse "desde dentro hacia fuera" es materializar, transportar los sentimientos internos de respeto, bondad, cordialidad y simpatía auténticamente sentidos y reflejados en el rostro, el porte, la mirada, el todo de voz...
La armonía, la paz interior, el trato afable, respetuoso y considerado, dan a la persona el toque de la verdadera elegancia, de la personalidad inconfundible y de la distinción.
Por otra parte, si el lector desea que le indique algunos rasgos más que caracterizan a la verdadera elegancia, le sugiero que relea en el primer volumen de "Valores humanos", cuanto allí se dijo sobre la delicadeza, porque ése es precisamente uno de los rasgos inconfundibles, junto con la sencillez en la forma de ser y de comportarse. Esa sencillez que sabe convertir en maravilloso cualquier acontecimiento cotidiano.
El tercer rasgo inconfundible de la verdadera elegancia es continuar siempre en esa línea de sencillez, colocándose exactamente en el polo opuesto al exhibicionismo,...como mortal enemigo de la elegancia interior.
(De: Bernabé Tierno)

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