domingo, 31 de mayo de 2009

EL PLANETA DE LOS "SIMIOS LOCOS":

(Extracto del libro "Somos energía", autor: Jorge Blaschke; editorial: Robin Book)

El tercer planeta de nuestro sistema solar es conocido como Tierra, y también lo llamamos "planeta azul", pero deberíamos llamarlo "planeta de los simios locos". Ningún habitante de nuestro planeta, sin excepción de ninguna clase, es una persona sana mentalmente. Somos un planeta de locos en diferentes grados de locura, psicológicamente enfermos en mayor o menor grado.
El mundo, desde el rincón más remoto del planeta hasta las grandes urbes, está lleno de locura, y nada podemos hacer por evitarlo. Somos enfermos mentales habitando el único planeta de nuestro sistema solar con una vida compleja y teóricamente racional e inteligente, pero cargada de patologías mentales.
Seres que vagabundean por las calles de las grandes ciudades hablando solos; personas cargadas de odios y rencores que buscan desesperadamente venganza; individuos que se valen de la supersiticion y la magia para resolver sus conflictos interiores, bandas cargadas de maldad que se mueven como depredadores por las junglas de asfalto; pelifrosos forofos del deporte capaces de matr (tifosi, hooligans, etc.); iluminados que se mueven entre el bien y el mal; dominadores frustrados que proyectan sus traumas sobre sus familiares y subordinados; subordinados conformistas que viven subyugados y traumatizados por otros; mesiánicos y salvadores, héroes épicos, admiradores de los malvados de James Bond; transgresores de toda regla sin escrúpulos ni sentimientos; místicos, iluminados y creyentes incondicionales de creencias y religiones; prepotentes, arrolladores conductistas; renacidos religiosos; individuos inconscientes atrapados en un mecanicismo sólo sensible a ciertos placeres; víctimas traumatizadas por atrocidades vividas; mercenarios con estrés postraumático; individuos depresivos y un largo etcétera.
La vida ofrece diferentes vías a los seres humanos, unas fáciles y otras difíciles; unas en las que decidimos nosotros y otras en las que siempre están decidiendo los demás. Las hay cargadas de idealismos y las hay despojadas de todo conceptualismo; hay vías religiosas y vías ateas; las hay espirituales y materialistas; las hay en que, desde pequeños, nos manipulan y moldean nuestros cerebros, y otras en que el libre albedrío es tan grande que pasan por la vida como una pluma abandonada al viento.
Cuando preguntamos a algunos individuos de nuestra sociedad qué es lo más importante de la vida para ellos, encontramos una variedad de respuestas muy variopintas: "Lo más importante es la familia, mi mujer y los hijos"; "Lo más importante es triunfar"; "Lo más importante es tener buena salud y disfrutar de la vida"; Lo más importnte son los ideales religioos y patrióticos"; Lo más importante es ganar dinero y vivir con decencia"..., y así un largo etcétera. Es indudable que la respuesta no es la correcta en ningún caso, como hemos argumentado en los capítulos anteriores. Al interrogarnos acerca de qué es lo que más nos preocupa, nuevamente encontramos toda una serie de preguntas, muy materialistas, al rspecto: "La salud"; "La pérdida de trabajo"; "La inseguridad ciudadana", etc. Muy pocos son lo verdaderamente sinceros para admitir que su mayor preocupación es ese trauma enquistado en el fondo de su cerebro: el miedo a la muerte.
Volvamos a la primera pregunta. ¿Cómo es posible que las respuestas obtenidas no tengan nada que ver con el misterio más grnde que planea sobre nuestra existencia? ¿Cómo es posible que la gente no se pregunte por qué exite, por qué está en este Universo, qué hay más allá, cuál es el misterio de la vida, cómo hemos llegado a ser los seres que somos? ¿Tan fuerte es el entorno del sistema en que vivimos que ha logrado desfigurar los pensamientos esenciles del ser humano? ¿Cómo nos han podido convertir en seres tan mecánicos? Estoy seguro que el hombre Neandertal o el de Cromañón tenía más inquietudes que nosotros y se hacía preguntas más profundas sobre su propia existencia. No creo que este hombre primitivo viviese sólo con la preocupación de sobrevivir a las fieras o alimentarse. Nuestros antepasados también reflexionaban sobre su existencia, lo hacían contemplando los verdaderos cielos estrellados de las noches paleolíticas y neolíticas; lo hacían inquietos, escuchando los sonidos del viento y la tormenta; lo hacían asombrados ante un eclipse de Sol o de Luna o ante la visión natural de dos ciervos apareándose o de una yegua pariendo. Sí, con seguridad, el hombre primitivo tenía muchas más inquietudes que la mayor parte de los hombres actuales. Muestra de ello ha sido todas esas pinturas que nos dejaron en sus cavernas y esos enterramientos ceremoniales que muestran cierta espiritualidad.
Los muros de hormigón, el ensordecedor ruido de los vehículos, la Vía Láctea difuminada por la luz de los tubos de neón y el olor a carburantes desfiguran nuestro pensamiento que ya ha sido hábilmente manipulado desde nuestra infancia por la publicidad, la educación, las religiones, los condicionamientos sociales, las fantasías y los culebrones televisivos.
La humanidad está enferma, el cambio de costumbres, la nueva forma de vida ha creado inquietudes que, si bien no se convierten en patologías sí son trastornos que afectan a nuestro cerebro y nuestra personalidad. Los nuevos descubrimientos de la ciencia, las nuevas revelaciones de lo que verdaderamente somos, el nuevo ritmo de vida está creando cientos de nuevos síndromes que nos afectan, al margen de la ansiedad y el estrés. Así, aparece el síndrome porvacacional, la astenia primaveral, el estrés de fin de semana, conflictos laborales y de pareja, intolerancia a los que nos rodean y frustraciones que nos deprimen. Hemos pasado de ser seres que vivían en armonía con la naturaleza a individuos vulnerables que vivimos en grandes complejos urbanos donde la prisa, los peligros, la supervivencia, los problemas y la desconexión con los demás nos convierten en solitarios que viven en un mundo de máquinas.
Lo lamentable es que queremos solucionar inmediatamente los conflictos, pero a la vez nos negamos a enfrentarnos a los problemas de la vida. Al mismo tiempo el mundo va cambiando a nuestro alrededor, y cuando no somos capaces de realizar cambios en nuestro estilo de vida es cuando empiezan a surgir los problemas mentales.
Podemos afirmas sin estar equivocados que no hay nadie sano mentalmente en este planeta, quien más quien menos tiene traumas o bloqueos mentales, y son muchos los que entran en la zona de las depresiones, el estrés, las ansiedades y las inquietudes inconfesables. Otros forman ese aterrador panorama de las patologías mentales. Según la OMS, la depresión afecta a 120 millones de personas en el mundo occidental, y ello representa un coste de 120.000 millones de euros anuales solamente en Europa. La mitad de la población padece algún trastorno mental una vez en su vida, hecho que afecta a 1.500 millones de personas en todo el mundo; existen 52 millones de personas esquizofrénicas; 150 millones con neurosis graves; 50 millones que padecen ataques de epilepsia; 30 millones de locos, 120 millones de personas con sindrome de Down. Sin contar con los que arrastran traumas que afectan a su perfil de personalidad o los bipolares que pasan de la depresión a la euforia o al revés...
También habría que hablar de las personas que sufren manías, que, aunque no es una patología, sí puede llegar a afectar seriamente a la personalidad. Me refiero a esas personas que revisan la llave del gas de casa cada diez o doce veces antes de acostarse, que comprueban otra docena de veces si han cerrado el cerrojo de la puerta de casa, que ordenan las cosas montones de veces, que no tocan los picaportes o los pasamanos por miedo a infectarse o que se lavan las manos cada diez minutos. Es decir, lo que se conoce como trastornos obsesivos compulsivos (TOC), y que se cierne sobre gente que se ve asaltada por pensamientos negativos de males que se avecinan. Los TOC están presentes en el tres por ciento de la población. Y aún cabría mencionar los complejos, cuyos efectos pueden ser terribles. Hitler tenía complejo de inferioridad y parte de sus decisiones estaban afectadas por este hecho. El complejo de inferioridad provoca neurosis obsesivas de culpa, y es algo que puede aparecer por haber sufrido una educación autoritaria y dogmática o haber vivido dentro de una religión amenazadora de castigos eternos por haber pecado. El número de complejos puede ser infinito, desde elque se siente espiado y perseguido hasta el que sufre complejo de superioridad. Y no hablemos de sentimientos como los celos que llegan a niveles enfermizos. Y, entre todo este panorama, están los enfermos sexuales, los sadomasoquistas, los pederastas y otros neuróticos peligrosos.
Hemos pasado de ser un planeta de monos desnudos, como decía Desmond Morris, ha ser un planet de simios locos. En realidad, el Homo Sapiens tendría que llamars "Homo Neuróticus".

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